Pocos son los que no han intentado montar un mueble de IKEA. Y uno rápidamente aprende en tal empeño que las instrucciones son imprescindibles. Hay que contar con las instrucciones correctas y seguirlas con precisión, o sufrir las consecuencias de piezas y tornillos que sobran. Lo mismo sucede en la crianza de los niños, debemos tener las instrucciones correctas, pero también seguirlas.
Un problema de confusión
Parte de la dificultad es que, con respecto a la crianza, existen un montón de “instrucciones” según la “sabiduría” humana, un sinfín de guías y estrategias para criar a tu hijo. Y aunque uno encuentra “estrategias” comunes a todas estas guías (aumentar la autoestima del niño, enfocarte en el niño, elogiar al niño, etc), también percibe mucha confusión, con una diversidad tremenda de explicaciones y consejos contradictorios para la crianza de los niños. Y, finalmente, todas tienen el mismo problema: desconocen cuál es el objetivo correcto y las instrucciones para alcanzarlo.
El objetivo correcto
En la crianza de los niños, tener el objetivo equivocado nos conducirá al caos y la confusión. Y lo que este mundo (y, tristemente, muchas iglesias) proponen como el objetivo de la crianza es que el niño sea feliz, y ya de paso que resulte productivo para la sociedad. Dicho de otra manera… ¡Todo se centra en el niño!
Sin embargo, las Escrituras nos revelan otro objetivo muy distinto: la gloria de Dios. Dios nos ha creado a imagen Suya para reflejar Su persona en este mundo (Genesis 1:26-27). Y desde que el pecado entró en el mundo (Genesis 3, Romanos 5:12), es por medio del evangelio que Dios obra nuestra conformidad con Él (Efesios 4:24). En el evangelio, Dios salva a los que Él predestinó a ser hechos conformes a la imagen de Su Hijo, para que Cristo sea el Primogénito entre muchos hermanos (Romanos 8:28-29). El objetivo de Dios para Sus hijos es que le glorifiquen al ser conformados a la imagen de Su Hijo. Y esta conformidad a Cristo es también el objetivo principal para con nuestros propios hijos, sin importar cuál sea su edad.
Las instrucciones correctas
Del mismo modo que las instrucciones para esa estantería de IKEA no te ayudarán a montar una cama, (no han sido diseñadas para eso), las instrucciones de este mundo para la crianza de tus hijos no te permitirán alcanzar este objetivo de conformarlos a la imagen de Cristo (no han sido diseñadas para eso). Necesitamos las instrucciones de Dios para alcanzar el objetivo de Dios en la crianza. ¿Cuáles son esas instrucciones? Efesios 6:4 nos marca el paso cuando dice: “Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en la disciplina e instrucción del Señor.”
Los padres tenemos un mandato divino, el texto dice: criadlos. No es opcional. Pero el método de esta crianza tampoco es opcional, a discreción de cada uno. Somos llamados a “criarlos” dándoles lo que necesitan para crecer espiritualmente. Y, para ello, hemos de criarlos en “la disciplina e instrucción del Señor”.
La palabra “disciplina” es multifacética. Contiene la idea de entrenamiento en la práctica (2 Tim 3:16). El autor de la carta a los Hebreos, en su capítulo 12, la emplea hasta cuatro veces con el fin de describir la corrección del Señor para con Sus hijos amados, en ese caso dolorosa, al entrenarles en la justicia. En otras palabras, “disciplina” no se limita solamente a impartir información, tiene que ver con usar bíblicamente los medios que Dios nos ha provisto para entrenar a nuestros hijos, aunque a veces resulten dolorosos y difíciles de aplicar (Proverbios 13:24, 23:13-14, 22:15, 29:15).
Al mismo tiempo, somos llamados a criar a nuestros hijos en la “instrucción” del Señor. En este caso, se trata de enseñar, de impartir información. Pero es enseñanza con el propósito de advertir, corregir, amonestar para que lleguen a alcanzar el resultado deseado. Se trata de instruir que hay un camino que hemos de evitar, insistiendo en las consecuencias, y que hay un camino a seguir, mostrando sus beneficios.
La Clave correcta
El mundo también emplea la disciplina y la instrucción en la crianza de los hijos… Entonces ¿qué marca la diferencia? Las palabras “del Señor”. Porque el objetivo no es simplemente disciplinar e instruir a nuestros hijos, es disciplinarles e instruirles conforme a la Palabra de Dios, para que sean conformados a la imagen de Dios en Jesucristo. Esto implica intervenir a causa del pecado conforme a como Dios lo define, y con la disciplina conforme a como Dios la define, y no según nuestro capricho y hábito (Proverbios 22:15). Y lo mismo con nuestra instrucción—No se trata de enseñar a nuestros niños lo que nuestros padres nos enseñaron, o lo que leímos en un artículo, o en un libro, ni tan siquiera lo que nos parece lógico o razonable.
Este “del Señor” que encontramos al final del versículo en Efesios 6:4 demanda que toda nuestra instrucción encuentre su fundamento y razón de ser en la Palabra de Dios. Implica una labor esforzada que incluye escudriñar las Escrituras y sujetarnos a ellas en cada aspecto que afecte a la crianza de nuestros hijos. Si queremos glorificar a Dios, si anhelamos que nuestros hijos crezcan en su conformidad a la imagen de Dios, necesariamente hemos de pasar por la disciplina e instrucción “del Señor”.
La Esperanza
Finalmente, y aun siguiendo todas las instrucciones, nosotros no podemos producir el resultado deseado en nuestros hijos de su conformidad a la imagen de Cristo, porque hasta que Dios no les dé vida nueva (Juan 3:1-8), seguirán en su condición caída, controlados por el pecado (Efesios 2:1-3). Es Dios quien, en Cristo, tiene que hacerles una nueva criatura (2 Corintios 5:17), la cual “en la semejanza de Dios, ha sido creado en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:24). Por lo que, hasta que Dios no obre, cualquier conformidad será solamente externa e insuficiente para salvación (Mateo 23:27). Lo que necesitan es este cambio de corazón que el evangelio produce (Ezequiel 36:25-27). Entonces, si el objetivo de conformidad a la imagen de Cristo solo se alcanza por el acto soberano de Dios dando nueva vida, ¿Qué debemos hacer en la crianza de nuestros hijos? La respuesta es sencilla, aunque no siempre es fácil,… Nuestra labor no es otra que seguir las instrucciones, criándolos en la disciplina e instrucción del Señor.
Al tiempo que permitimos que la proclamación del Evangelio gobierne nuestra instrucción y disciplina. Porque la fe viene por oír la Palabra de Cristo (Romanos 10:17), y el nuevo nacimiento por la Palabra de Dios (1 Pedro 1:23, Santiago 1:18). Lo que más necesitan es nueva vida, así que proclamamos este evangelio que da nueva vida, proactivamente, por medio de devociones familiares programadas, pero también de manera improvisada y natural (Deuteronomio 6:6-7), y nos beneficiamos de todos los recursos que la iglesia nos provee (¡más de una vez cada semana!). Cuando pecan les recordamos que la paga del pecado y la dádiva de Dios en Jesucristo (Romanos 6:23). Cuando permanece esclavizados por el mismo pecado, enfatizamos la necesidad de un nuevo corazón por medio de Cristo (Efesios 2:1-3, Juan 8:34, Colosenses 2:11-14). Cuando están desesperados por su pecado, les animamos a pensar que Dios perdona a todos los que confiesan su pecado y creen en Jesús (1 Juan 1:9), y continuamente les llamamos a arrepentirse y creer el evangelio (Marcos 1:15).
La crianza de nuestros hijos no es algo menor, va mucho más allá de proveerles de alimento y vestido. Por eso, buscando ser fieles en seguir las instrucciones, y proclamándoles el evangelio constantemente, oramos que el Señor tenga misericordia de nuestros hijos, concediéndoles nueva vida en Cristo. Esta es nuestra esperanza, saber que Él se deleita en mostrar misericordia a pecadores y es amplio en perdonar (Mateo 11:28, Miqueas 7:18, Isaías 55:7). ¡Que el Señor lo haga!