Qué creemos

Las Santas Escrituras

Creemos que la Biblia es la Palabra de Dios. Está formada por sesenta y seis libros inspirados por el Espíritu Santo en todas sus partes por igual (2 Timoteo 3:16; 1 Corintios 2:7–14). Para su composición, Dios utilizó a varios autores, con diferentes estilos y personalidades, quiénes movidos y guiados por el Espíritu de Dios, redactaron Su voluntad para con la humanidad (2 Pedro 1:20–21). 

Creemos que, siendo revelación proposicional, objetiva, e inerrante en sus documentos originales, la Palabra de Dios constituye la única norma infalible y suficiente de fe y conducta (Mateo 24:35; Juan 10:35; 16:12-13; 17:17; 1 Corintios 2:13; 2 Timoteo 3:15-17; Hebreos 4:12). 

Creemos que la Escritura ha de interpretarse con diligencia y bajo la iluminación del Espíritu Santo (Juan 7:17; 16:12-15; 1 Corintios 2:7-15; 1 Juan 2:20). Un pasaje de la Biblia puede contener diversas aplicaciones, pero solamente un significado (1 Pedro 1:24–25; 2 Timoteo 2:15). El creyente es responsable de estudiar el texto respetando la intención del autor para con su audiencia original a la luz del contexto en el que fue escrito.  

Dios

Creemos que solo hay un Dios vivo y verdadero (Deuteronomio 6:4; Isaías 45:5-7; 1 Corintios 8:4). Espíritu infinito, que todo lo sabe (Juan 4:24), Perfecto en todos Sus atributos, Uno en esencia, que existe eternamente en tres Personas—Padre, Hijo, y Espíritu Santo (Mateo 28:19; 2 Corintios 13:14)—los cuales merecen adoración y obediencia por igual. 

Dios Padre 

Creemos que Dios Padre, primera persona de la Trinidad, ordena y dispone todas las cosas de acuerdo a Su propósito (Salmo 145:8-9; 1 Corintios 8:6). Él es el Creador de todo (Génesis 1:1-31; Efesios 3:9). Como único Gobernante absoluto y omnipotente en el universo, es Soberano en la creación, providencia, y redención (Salmo 103:19; Romanos 11:36). Como Creador Él es Padre de todos los hombres (Efesios 4:6), pero exclusivamente Padre espiritual de los creyentes (Romanos 8:14; 2 Corintios 6:18). Todas las cosas que suceden las ha decretado para Su propia gloria (Efesios 1:11). En Su soberanía sostiene, dirige, y gobierna continuamente a cada criatura y circunstancia (1 Crónicas 29:11). Él no es el autor del pecado (Habacuc 1:13; Juan 8:38-47), y tampoco lo aprueba, ni anula la responsabilidad de criaturas morales e inteligentes (1 Pedro 1:17). En Su gracia, escogió a los suyos antes de la fundación del mundo (Efesios 1:4-6); con el fin de redimir a todos los que vienen a El por medio de Jesucristo; y adoptarlos como Sus hijos (Juan 1:12; Romanos 8:15; Gálatas 4:5; Hebreos 12:5-9). 

Dios el Hijo 

Creemos que Jesucristo, segunda Persona de la Trinidad, posee todos los atributos divinos, siendo en estos igual a Dios, consubstancial, y coeterno con el Padre (Juan 10:30; 14:9). Dios el Padre creó el universo, conforme a Su propia voluntad, a través de Su Hijo Jesucristo, por medio de quien todas las cosas permanecen y subsisten (Juan 1:3; Colosenses 1:15-17; Hebreos 1:2). 

Creemos que Dios se hizo hombre en la persona de Jesucristo al nacer de una virgen (Juan 1:1, 14; Isaías 7:14; Mateo 1:23, 25; Lucas 1:26-35). Aunque existe eternamente, en Su encarnación la segunda Persona de la Trinidad hizo a un lado únicamente sus prerrogativas de deidad pero nada de la esencia divina (ni en grado ni en naturaleza), y aceptó todas las características inherentes al ser humano, sin pecado, viniendo a ser para siempre el Dios-Hombre (Filipenses 2:5-8; Colosenses 2:9). Desde entonces, Jesucristo representa a la humanidad y deidad en una unidad indivisible (Miqueas 5:2; Juan 5:23; 14:9-10; Colosenses 2:9) con el propósito de revelar a Dios, redimir a los perdidos, y gobernar sobre el reino de Dios (Salmo 2:7-9; Isaías 9:6; Juan 1:29; Filipenses 2:9-11; Hebreos 7:25-26; 1 Pedro 1:18-19). 

Creemos que Jesucristo padeció, fue sepultado, resucitó de entre los muertos al tercer día y ascendió a los cielos. Jesucristo derramó su sangre en la cruz del Calvario y murió de manera voluntaria, vicaria, sustitutoria, propiciatoria, expiatoria y redentora para alcanzar nuestra salvación (Juan 10:15; Romanos 3:24-25; 5:8; 1 Pedro 2:24). Creemos que su sacrificio es suficiente y eficaz para reconciliar al pecador con Dios y librarle del castigo, la paga, el poder, y la presencia condenatoria del pecado. Todo aquel que cree en el Hijo es declarado justo, recibe vida eterna, y es adoptado en la familia de Dios (Romanos 3:25; 5:8-9; 2 Corintios 5:14-15; 1 Pedro 2:24; 3:18).

Creemos que Jesucristo vive hoy a la diestra del Padre y, como Abogado y Sumo Sacerdote, intercede por los suyos. (Mateo 28:6; Lucas 24:38-39; Hechos 2:30-31; Romanos 4:25; 8:34; Hebreos 7:25; 9:24 1 Juan 2:1). Su resurrección garantiza la futura resurrección de todos los creyentes (Juan 5:26-29; 14:19; Romanos 1:4; 4:25; 6:5-10; 1 Corintios 15:20-23).

Creemos que un día Dios juzgará a toda la humanidad en la persona de Jesucristo (Juan 5:22-23): Esto incluye a los creyentes (1 Corintios 3:10-15; 2 Corintios 5:10), habitantes de la tierra vivos cuando él regrese (Mateo 25:31-46) y los que murieron en su delitos y pecados. (Apocalipsis 20:11-15). Como Mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2:5), la Cabeza de Su Cuerpo, que es la iglesia (Efesios 1:22; 5:23; Colosenses 1:18), y el Rey universal que regirá desde el trono de David (Isaías 9:6; Lucas 1:31–33), Jesucristo es el Juez aun de aquellos que no lo reconocen como tal (Mateo 25:14-46; Hechos 17:30-31). Jesucristo regresará en gloria para recibir a la iglesia, la cual es Su cuerpo, en el rapto, y establecer Su reino milenial aquí en la tierra (Hechos 1:9-11; 1 Tesalonicenses 4:13-18; Apocalipsis 20).

Dios el Espíritu Santo 

Creemos que el Espíritu Santo es una Persona divina, eterna, no derivada, que posee todos los atributos de personalidad y deidad incluyendo intelecto (1 Corintios 2:10-13), emociones (Efesios 4:30), voluntad (1 Corintios 12:11, eternalidad (Hebreos 9:14), omnipresencia (Salmo 139:7-10), omnisciencia (Isaías 40:13-14), omnipotencia (Romanos 15:13), y veracidad (Juan 16:13). En todos los atributos divinos y en sustancia El es igual al Padre y al Hijo (Mateo 28:19; Hechos 5:3-4; 28:25-26; 1 Corintios 12:4-6; 2 Corintios 13:14; y Jeremías 31:31-34 con Hebreos 10:15- 17). 

Creemos que el Espíritu Santo ejecuta la voluntad divina en relación a toda la humanidad. Reconocemos Su actividad soberana en la creación (Génesis 1:2), la encarnación (Mateo 1:18), la revelación escrita (2 Pedro 1:20-21), y la obra de salvación (Juan 3:5-7). La obra del Espíritu Santo en esta época comenzó en Pentecostés cuando El descendió del Padre como fue prometido por Cristo (Juan 14:16-17; 15:26) para iniciar y completar la edificación del Cuerpo de Cristo, el cual es Su iglesia (1 Corintios 12:13). El amplio espectro de Su actividad divina incluye convencer al mundo de pecado, de justicia, y de juicio; glorificando al Señor Jesucristo y transformando a los creyentes a la imagen de Cristo (Juan 16:7-9; Hechos 1:5; 2:4; Romanos 8:9; 2 Corintios 3:6; Efesios 1:13). 

Creemos que el Espíritu Santo es el Maestro divino, quien guió a los apóstoles y profetas en toda la verdad conforme ellos se entregaban a escribir la revelación de Dios, la Biblia. Todo creyente posee la presencia del Espíritu Santo Quien mora en él, desde el momento de la salvación, y el deber de todos aquellos que han nacido del Espíritu, consiste en ser llenos del (controlados por) el Espíritu (Juan 16:13; Romanos 8:9; Efesios 5:18; 2 Pedro 1:19-21; 1 Juan 2:20,27). 

El Espíritu Santo administra dones espirituales a la iglesia. El Espíritu Santo no se glorifica a Sí Mismo ni a Sus dones por medio de muestras ostentosas, sino que glorifica a Cristo al implementar Su obra de redención de los perdidos y edificación de los creyentes en la santísima fe (Juan 16:13-14; Hechos 1:8; 1 Corintios 12:4-11; 2 Corintios 3:18). 

Creemos que el Espíritu Santo es soberano en otorgar todos Sus dones para el perfeccionamiento de los santos en el día de hoy y que hablar en lenguas y la operación de los milagros de señales en los primeros días de la iglesia, fueron con el propósito de apuntar hacia y certificar a los apóstoles como reveladores de verdad divina, y su propósito nunca fue el de ser característicos de las vidas de creyentes (1 Corintios 12:4-11; 13:8-10; 2 Corintios 12:12; Efesios 4:7-12; Hebreos 2:1-4). 

Hombre

Creemos que el hombre fue directa e inmediatamente creado por Dios a Su imagen y semejanza. El hombre fue creado libre de pecado con una naturaleza racional, con inteligencia, voluntad, determinación personal, y responsabilidad moral para con Dios (Génesis 2:7, 15-25; Santiago 3:9). 

Creemos que la intención de Dios en la creación del hombre fue que el hombre glorificara a Dios, disfrutara de la comunión con Dios, viviera su vida en la voluntad de Dios, y de esta manera cumpliera el propósito de Dios para el hombre en el mundo (Isaías 43:7; Colosenses 1:16; Apocalipsis 4:11). En el pecado de desobediencia de Adán a la voluntad revelada de Dios y a la palabra de Dios, el hombre perdió su inocencia, incurrió en la pena de muerte espiritual y física; se volvió sujeto a la ira de Dios, inherentemente corrupto, y totalmente incapaz de escoger o hacer aquello que es aceptable a Dios fuera de la gracia divina. Sin poder alguno para tener la capacidad en sí mismo de restauración, el hombre permanece perdido sin esperanza alguna. Por lo tanto, la salvación es en su totalidad la obra de la gracia de Dios por medio de la obra redentora de nuestro Señor Jesucristo (Génesis 2:16-17; 3:1-19; Juan 3:36; Romanos 3:23; 6:23; 1 Corintios 2:14; Efesios 2:1-3; 1 Timoteo 2:13-14; 1 Juan 1:8). 

Creemos que debido a que todos los hombres de todas las épocas de la historia estaban en Adán, se les ha transmitido una naturaleza corrompida por el pecado de Adán, siendo Jesucristo la única excepción. Por lo tanto todos los hombres son pecadores por naturaleza, por decisión personal, y por declaración divina (Salmo 14:1-3; Jeremías 17:9; Romanos 3:9-18, 23; 5:10-12). 

Salvación

Creemos que la salvación es totalmente de Dios por gracia basada en la redención de Jesucristo por Su sangre derramada, y que no responde a méritos u obras humanas (Juan 1:12; Efesios 1:7; 2:8-10; 1 Pedro 1:18-19). 

Regeneración 

Creemos que la regeneración es una obra sobrenatural del Espíritu Santo mediante la cual la naturaleza divina y la vida espiritual son dadas (Juan 3:3-7; Tito 3:5). Es instantánea y es llevada a cabo únicamente por el poder del Espíritu Santo a través de la Palabra de Dios (Juan 5:24), cuando el pecador en arrepentimiento, al ser capacitado por el Espíritu Santo, responde en fe a la provisión divina de la salvación. La regeneración genuina es manifestada en frutos dignos de arrepentimiento que se demuestran en actitudes y conducta justas. Las buenas obras resultan su fruto y evidencia apropiada(1 Corintios 6:19-20; Efesios 2:10), y se experimentan por medio de la sumisión del creyente al control del Espíritu Santo en su vida a través de la obediencia fiel a la Palabra de Dios (Efesios 5:17-21); Filipenses 2:12b; Colosenses 3:16; 2 Pedro 1:4-10). Esta obediencia favorece que el creyente sea conformado más y más a la la imagen de nuestro Señor Jesucristo (2 Corintios 3:18). Tal conformidad llega a su clímax en la glorificación del creyente en la venida de Cristo (Romanos 8:17; 2 Pedro 1:4; 1 Juan 3:2-3). 

Elección 

Creemos que la elección es el acto de Dios mediante el cual, antes de la fundación del mundo, Él escogió en Cristo a aquellos a quienes, en Su gracia, regenera, salva, y santifica (Romanos 8:28-30; Efesios 1:4-11; 2 Tesalonicenses 2:13; 2 Timoteo 2:10; 1 Pedro 1:1-2). La elección soberana no contradice o niega la responsabilidad del hombre de arrepentirse y confiar en Cristo como Salvador y Señor (Ezequiel 18:23, 32; 33:11; Juan 3:18-19, 36; 5:40; Romanos 9:22-23; 2 Tesalonicenses 2:10-12; Apocalipsis 22:17). No obstante, debido a que la gracia soberana incluye tanto el medio para recibir la dádiva de salvación como también la dádiva misma, la elección soberana resultará en lo que Dios determina. Todos aquellos a quienes el Padre llama a Sí Mismo vendrán en fe y todos los que vienen en fe, el Padre los recibirá (Juan 6:37-40, 44; Hechos 13:48; Santiago 4:8). 

Creemos que el favor inmerecido que Dios otorga a pecadores totalmente depravados no responde a alguna iniciativa humana ni al hecho de que Él sepa lo que estos puedan hacer de su propia voluntad, sino que procede de Su gracia soberana y misericordia, sin relación alguna a cualquier otra cosa fuera de El (Efesios 1:4-7; Tito 3:4-7; 1 Pedro 1:2). Dios es verdaderamente soberano pero ejercita esta soberanía en armonía con Sus otros atributos; especialmente Su omnisciencia, justicia, santidad, sabiduría, gracia, y amor (Romanos 9:11-16). Esta soberanía siempre exaltará la voluntad de Dios de una manera que es totalmente consistente con Su persona como se revela en la vida de nuestro Señor Jesucristo (Mateo 11:25-28; 2 Timoteo 1:9). 

Justificación 

Creemos que la justificación delante de Dios es un acto de Dios (Romanos 8:33) por medio del cual Él declara justos a aquellos a quienes, a través de la fe en Cristo, se arrepienten de sus pecados (Lucas 13:3; Hechos 2:38; 3:19; 11:18; Romanos 2:4; 2 Corintios 7:10; Isaías 55:6-7) y lo confiesan como Señor soberano (Romanos 10:9-10; 1 Corintios 12:3; 2 Corintios 4:5; Filipenses 2:11). Esta justicia es independiente de cualquier virtud u obra del hombre (Romanos 3:20; 4:6) e incluye tanto la imputación de nuestros pecados a Cristo (Colosenses 2:14; 1 Pedro 2:24) como la imputación de la justicia de Cristo a nosotros (1 Corintios 1:30; 2 Corintios 5:21). Por medio de esto Dios puede ser “el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Romanos 3:26). 

Santificación 

Creemos que todo creyente es santificado (apartado) para Dios por la justificación y, por lo tanto declarado santo e identificado como tal. Esta santificación es posicional e instantánea y no debe ser confundida con la santificación progresiva (Hechos 20:32; 1 Corintios 1:2, 30; 6:11; 2 Tesalonicenses 2:13; Hebreos 2:11; 3:1; 10:10, 14; 13:12; 1 Pedro 1:2). 

Creemos que por la obra del Espíritu Santo también se produce una santificación progresiva. A  través de la obediencia a la Palabra de Dios y la capacidad dada por el Espíritu Santo, el creyente es capaz de vivir una vida de mayor santidad en conformidad a la voluntad de Dios, volviéndose más y más como nuestro Señor Jesucristo (Juan 17:17, 19; Romanos 6:1-22; 2 Corintios 3:18; 1 Tesalonicenses 4:3-4; 5:23). Todo redimido se encuentra inmerso en un conflicto diario—la nueva naturaleza en Cristo batallando en contra de la carne—pero hay provisión adecuada para la victoria por medio del poder del Espíritu Santo, quien mora y obra en el creyente. No obstante la batalla permanece en el creyente a lo largo de esta vida terrenal. La absoluta erradicación del pecado no es posible en este mundo, pero el Espíritu Santo provee lo necesario para la victoria sobre el pecado (Gálatas 5:16-25; Efesios 4:22-24; Filipenses 3:12; Colosenses 3:9-10; 1 Pedro 1:14-16; 1 Juan 3:5-9). 

Seguridad 

Creemos que todos los redimidos, una vez que han sido salvos, son guardados por el poder de Dios y están seguros en Cristo para siempre (Juan 5:24; 6:37-40; 10:27-30; Romanos 5:9-10; 8:1, 31-39; 1 Corintios 1:4-8; Efesios 4:30; Hebreos 7:25; 13:5; 1 Pedro 1:5; Judas 24). Es privilegio de los creyentes el regocijarse en la certidumbre de su salvación por medio del testimonio de la Palabra de Dios, sin descuidar que esta prohibe el uso de la libertad cristiana como una ocasión para vivir en pecado y carnalidad (Romanos 6:15-22; Gálatas 5:13, 25-26; Tito 2:11-14). 

Separación 

Creemos que a lo largo de la Escritura se insiste claramente en la separación del pecado, y que las Escrituras indican que en los últimos días la apostasía y la mundanalidad se incrementarán (2 Corintios 6:14-7:1; 2 Timoteo 3:1-5; 1 Timoteo 4:1-3). A partir de una profunda gratitud por la gracia inmerecida de Dios que se nos ha sido otorgada y, debido a que nuestro glorioso Dios es digno de nuestra consagración total, todos los salvos deben de vivir de tal manera que demostremos nuestro amor reverente a Dios, sin traer deshonra a nuestro Señor y Salvador. 

Creemos que Dios nos manda a alejarnos de toda apostasía religiosa y prácticas mundanas y pecaminosas (Romanos 12:1- 2; 1 Corintios 5:9-13; 2 Corintios 6:14-7:1; 1 Juan 2:15-17; 2 Juan 9-11). Los creyentes deben de estar separados para nuestro Señor Jesucristo (2 Tesalonicenses 1:11-12; Hebreos 12:1-2), afirmando y confirmando, que la vida cristiana es una vida de justicia obediente y una búsqueda continua de santidad (Mateo 5:2-12; Romanos 12:1-2; 2 Corintios 7:1; Hebreos 12:14; Tito 2:11-14; 1 Juan 3:1-10). 

La Iglesia

Creemos que los que creen en Jesucristo son inmediatamente añadidos por el Espíritu Santo a la Iglesia de Cristo (1 Corintios 12:12-13), su novia (2 Corintios 11:2; Efesios 5:23-32; Apocalipsis 19:7-8), de la cual Cristo es la cabeza (Efesios 1:22; 4:15; Colosenses 1:18). 

Creemos que la formación de la iglesia, el Cuerpo de Cristo, comenzó en el Día de Pentecostés (Hechos 2:1- 21, 38-47) y será completada cuando Cristo venga por los Suyos en el rapto (1 Corintios 15:51- 52; 1 Tesalonicenses 4:13-18). 

Creemos que la iglesia es un organismo espiritual único diseñado por Cristo, constituido por todos los creyentes que han nacido de nuevo en la época actual (Efesios 2:11-3:6), distinta a Israel (1 Corintios 10:32), misterio no revelado hasta esta época (Efesios 3:1-6; 5:32). 

Creemos que Cristo es la autoridad suprema de la iglesia (1 Corintios 11:3; Efesios 1:22; Colosenses 1:18) y el liderazgo, los dones, el orden, la disciplina y la adoración son determinados por medio de Su soberanía. Las personas bíblicamente designadas sirviendo bajo su dirección y sobre la asamblea son los ancianos (también llamados obispos y pastores; Hechos 20:28; Efesios 4:11) y diáconos. Tanto ancianos como diáconos deben de cumplir con los requisitos bíblicos (1 Timoteo 3:1-13; Tito 1:5-9; 1 Pedro 5:1-5). Estos guían o gobiernan como siervos de Cristo (1 Timoteo 5:17-22) y cuentan con Su autoridad delegada y la congregación debe someterse a su liderazgo (Hebreos 13:7, 17). 

Creemos en la importancia del discipulado (Mateo 28:19-20; 2 Timoteo 2:2) y la responsabilidad de todos los creyentes los unos para con los otros (Mateo 18:5-14), así como también la necesidad de disciplina para con los miembros de la congregación que estén en pecado, de acuerdo con los estándares de la Escritura (Mateo 18:15-22; Hechos 5:-11; 1 Corintios 5:1-13; 2 Tesalonicenses 3:6-15; 1 Timoteo 1:19-20; Tito 1:10-16). 

Creemos en la autonomía de la iglesia local frente a cualquier autoridad o control externo. La iglesia cuenta con el derecho de gobernarse a sí misma y la libertad de abstenerse de interferencias e injerencias por parte de cualquier jerarquía individual o colectiva (Tito 1:5). Enseñamos que es bíblico que las iglesias afines colaboren entre ellas para la presentación y propagación del evangelio. No obstante, cada congregación local, a través de sus ancianos y su interpretación y aplicación de la Escritura, ha de ser quién determine la medida y el método de tal cooperación. Los ancianos son responsables de administrar otros asuntos como membresía, estatutos, disciplina, obras de misericordia, o los asuntos legales y financieros (Hechos 15:19-31; 20- 28; 1 Coritnios 5:4-7; 13:1; 1 Pedro 5:1-4). 

Creemos que el propósito de la iglesia es glorificar a Dios (Efesios 3:21) al edificarse a sí misma en la fe (Efesios 4:13-16), siendo instruida en la Palabra (2 Timoteo 2:2, 15; 3:16-17), teniendo comunión (hechos 2:47; 1 Juan 1:3), guardando las ordenanzas (Lucas 22:19; Hechos 2:38-42) y comunicando y extendiendo el Evangelio al mundo entero (Mateo 28:19; Hechos 1:8; 2:42). 

Creemos en la necesidad de que la iglesia coopere con Dios conforme Él lleva a cabo Sus propósitos en el mundo. El llamado de todos los santos es al servicio (1 Corintios 15:58; Efesios 4:12; Apocalipsis 22:12). Para ese fin, Dios da a la iglesia dones espirituales. En primer lugar, hombres escogidos con el propósito de equipar a los santos para la obra del ministerio (Efesios 4:7-12), así como capacidades únicas y especiales a cada miembro del Cuerpo de Cristo (Romanos 12:5-8; 1 Corintios 12:4-31; 1 Pedro 4:10-11). 

Creemos que en la iglesia primitiva fueron repartidos dos clases de dones: dones milagrosos de revelación divina y sanidad, dados temporalmente en la era apostólica con el propósito de confirmar la autenticidad del mensaje de los apóstoles (Hebreos 2:3-4; 2 Corintios 12:12); y dones de ministerio, dados para equipar a los creyentes para edificarse los unos a los otros. Con la revelación del Nuevo Testamento ya terminada, la Escritura se vuelve la única prueba de autenticidad del mensaje, y los dones de confirmación, de naturaleza milagrosa, ya no son necesarios (1 Corintios 13:8-12). Estos dones milagrosos pueden llegar a ser falsificados por Satanás al punto de engañar aún a creyentes (1 Corintios 13:13-14:12; Apocalipsis 13:13-14). Los únicos dones en operación en el día de hoy son aquellos dones no revelatorios con el fin de equipar y edificar (Romanos 12:6-8). Enseñamos que nadie posee el don de sanidad en el día de hoy, pero que Dios oye y responde a la oración de fe por los enfermos, los que están sufriendo, y los afligidos de acuerdo a Su propia y perfecta voluntad (Lucas 18:1-6; Juan 5:7-9; 2 Corintios 12:6-10; Santiago 5:13-16; 1 Juan 5:14-15). 

Creemos que a la iglesia local se le han dado dos ordenanzas: el bautismo y la Cena del Señor (Hechos 2:38-42). El bautismo Cristiano por inmersión (Hechos 8:36-39) es el testimonio solemne y hermoso de un creyente mostrando su fe en el Salvador crucificado, sepultado, y resucitado, y su unión con Cristo en su muerte al pecado y resurrección a una nueva vida (Romanos 6:1-11). También es señal de comunión e identificación con el cuerpo visible de Cristo (Hechos 2:41-42). La Cena del Señor es la conmemoración y proclamación de Su muerte hasta que él venga, y siempre debe ser precedida por una solemne evaluación personal (1 Corintios 11:28-32). Enseñamos que mientras que los elementos de la Comunión únicamente representan la carne y la sangre de Cristo, la Cena del Señor ilustra la comunión con el Cristo resucitado, quien está presente de una manera única, teniendo comunión con Su pueblo (1 Corintios 10:16). 

Ángeles

Ángeles Santos 

Creemos que los ángeles son seres creados, y por lo tanto no deben ser adorados. Aunque pertenecen a un orden elevado con respecto al hombre, han sido creados para servir a Dios y para adorarlo (Lucas 2:9- 14; Hebreos 1:6-7, 14; 2:6-7; Apocalipsis 5:11-14; 19:10; 22:9). 

Ángeles Caídos 

Creemos que Satanás es un ángel creado y el autor del pecado. Incurrió en el juicio de Dios al rebelarse en contra de su Hacedor (Isaías 14:12-17; Ezequiel 28:11-19), al llevar a varios ángeles con él en su caída (mateo 25:41; Apocalipsis 12:1-14), y al introducir el pecado a la raza humana por su tentación a Eva (Génesis 3:1-15). Satanás es el enemigo abierto y declarado de Dios y el hombre (Isaías 14:13-14; Mateo 4:1-11; Apocalipsis 12:9-10), el príncipe de este mundo, quien ha sido derrotado a través de la muerte y resurrección de Jesucristo (Romanos 16:20); y que será eternamente castigado en el lago de fuego (Isaías 14:12-17; Ezequiel 28:11-19; Mateo 25:41; Apocalipsis 20:10). 

Las Últimas Cosas (Escatología)

Muerte 

Creemos que la muerte física no supone la pérdida de nuestra consciencia inmaterial (Apocalipsis 6:9-11), que el alma de los redimidos pasa inmediatamente a la presencia de Cristo (Lucas 23:43; Filipenses 1:23; 2 Corintios 5:8), que hay una separación entre el alma y el cuerpo (Filipenses 1:21-24), y que, parar los redimidos, tal separación continuará hasta el rapto (1 Tesalonicenses 4:13-17), el cual da inicio a la primera resurrección (Apocalipsis 20:4-6), cuando nuestra alma y cuerpo se volverán a juntar y serán glorificados para siempre con nuestro Señor (Filipenses 3:21; 1 Corintios 15:35-44, 50-54). Hasta ese momento, las almas de los redimidos en Cristo permanecerán en comunión gozosa con nuestro Cristo (2 Corintios 5:8). 

Creemos en la resurrección corporal de todos los hombres, los salvos para vida eterna (Juan 6:39; Romanos 8:10-11, 19-23; 2 Corintios 4:14), y los inconversos para juicio y castigo eterno (Daniel 12:2; Juan 5:29; Apocalipsis 20:13-15). Las almas de los que no son salvos en la muerte son guardadas bajo castigo hasta la segunda resurrección (Lucas 16:19-26; Apocalipsis 20:13-15), cuando el alma y el cuerpo de resurrección serán unidos (Juan 5:28-29). En ese momento, ellos aparecerán en el juicio del Gran Trono Blanco (Apocalipsis 20:11-15) y serán arrojados al infierno, el lago de fuego (Mateo 25:41-46), separados de la vida de Dios para siempre (Daniel 12:2; Mateo 25:41-46; 2 Tesalonicenses 1:7- 9). 

El Rapto de la Iglesia 

Creemos en el regreso personal y corporal de nuestro Señor Jesucristo para rescatar a Su Iglesia de esta tierra (Juan 14:1-3; 1 Corintios 15:51-53; 1 Tesalonicenses 4:15-5:11) antes de un periodo de tribulación que se prolongará durante siete años (1 Tesalonicenses 4:16; Tito 2:13). Posteriormente, regresará glorioso con Sus santos, para recompensar a ls creyentes de acuerdo a sus obras (1 Corintios 3:11-15; 2 Corintios 5:10). 

El Periodo de Tribulación 

Creemos que inmediatamente después de llevarse a la Iglesia de la tierra (Juan 14:1-3; 1 Tesalonicenses 4:13-18) los justos juicios de Dios serán derramados sobre un mundo incrédulo (Jeremías 30:7; Daniel 9:27; 12:1; 2 Tesalonicenses 2:7-12; Apocalipsis 16), y estos juicios llegarán a su clímax cuando Cristo regrese en gloria a la tierra (Mateo 24:27-31; 25:31-46; 2 Tesalonicenses 2:7-12). En ese momento, los santos fallecidos durante el tiempo del Antiguo Testamento y de la tribulación resucitarán y los vivos serán juzgados (Daniel 12:2-3; Apocalipsis 20:4-6). Este periodo incluye la semana setenta de la profecía de Daniel (Daniel 9:24-27; Mateo 24:15-31; 25:31-46). 

La Segunda Venida y el Reino Milenial 

Creemos que después del periodo de tribulación, Cristo vendrá a la tierra a ocupar el trono de David (Mateo 25:31; Lucas 1:31-33; Hechos 1:10-11; 2:29-30) y establecerá Su reino mesiánico por mil años sobre la tierra (Apocalipsis 20:1-7). Será entonces cuando los santos resucitados reinarán con Cristo sobre Israel y todas las naciones de la tierra (Ezequiel 37:21-28; Daniel 7:17-22; Apocalipsis 19:11-16). Este reinado vendrá precedido por el derrocamiento del Anticristo y el Falso Profeta, y la deposición de Satanás del mundo (Daniel 7:17-27; Apocalipsis 20:1-7). 

Creemos que este reino supondrá el cumplimiento de la promesa de Dios para con Israel (Isaías 65:17-25; Ezequiel 37: 21-28; Zacarías 8:1-17) de restaurarlos a la tierra que perdieron a causa de su desobediencia (Deuteronomio 28:15-68). Como resultado de su rebelión Israel fue temporalmente hecho a un lado (Mateo 21:43; Romanos 11:1-26), pero volverá a ser despertado a través del arrepentimiento para entrar en la tierra de bendición (Jeremías 31:31-34; Ezequiel 36:22-32; Romanos 11:25-29). Este tiempo del reinado de nuestro Señor estará caracterizado por armonía, justicia, paz, rectitud, y larga vida (Isaías 11; 65:17-25; Ezequiel 36:33-38), pero culminará con la libertad de Satanás (Apocalipsis 20:7). 

El Juicio de los Perdidos 

Creemos que tras los mil años de reinado de Cristo (Apocalipsis 20:7), Satanás será soltado y engañará a las naciones de la tierra reuniéndolas para combatir a los santos y a la ciudad amada. En ese momento, Satanás y su armada serán devorados por fuego del cielo (Apocalipsis 20:9) y  arrojados al lago de fuego y azufre (Mateo 25:41; Apocalipsis 20:10). Entonces Cristo, Juez de todos los hombres (Juan 5:22), juzgará a grandes y pequeños en el Juicio del Gran Trono Blanco. 

Esta resurrección de los muertos no salvos para juicio será una resurrección física. Después de recibir su juicio (Romanos 14:10-13), estos serán entregados a un castigo eterno y consciente en el lago de fuego (Mateo 25:41; Apocalipsis 20:11-15). 

Eternidad 

Creemos que luego de la conclusión del milenio, la libertad temporal de Satanás, y el juicio de los incrédulos (2 Tesalonicenses 1:9; Apocalipsis 20:7-15), los salvos entrarán al estado eterno de gloria con Dios. Entonces, los elementos de esta tierra se disolverán (2 Pedro 3:10) y serán reemplazados por una tierra nueva donde sólo mora la justicia (Efesios 5:5; Apocalipsis 20:15; 21-22). La ciudad celestial descenderá del cielo (Apocalipsis 21:2) y será el lugar en el que moren los santos, disfrutando de la comunión con Dios y de la comunión mutua para siempre (Juan 17:3; Apocalipsis 21-22). Nuestro Señor Jesucristo, habiendo cumplido Su misión redentora, entregará el reino a Dios el Padre (1 Corintios 15:24-28) para que en todas las esferas el Dios trino reine para siempre (1 Corintios 15:28).