En el año 2024, en una localidad al sur de París llamada Suresnes, doce panaderos se pusieron de acuerdo para elaborar la barra de pan más larga cocinada hasta la fecha. Y después de trece horas y cuarenta minutos de trabajo alcanzaron su objetivo al hornear una baguette de 140 metros y 53 centímetros de longitud. Para ello emplearon 90 kilos de harina, 60 litros de agua, 1200 gramos de sal y otros tantos de levadura. Después de ser certificada por los jueces del Libro Guinness de los Récords, varios cientos de personas, que habían seguido el proceso con atención, tuvieron la oportunidad de probarlo y, en apenas unos minutos, de esa inmensa barra solo sobrevivieron las fotos.
En un momento determinado de su ministerio, Jesús apeló a la figura del pan para revelar una faceta de su identidad que lo convertía en alguien único en su especie. Jesús dijo: “Yo soy el pan de vida” (Juan 6:35).
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La insistencia del Pan de vida
Jesús hizo esta declaración delante de una multitud que le seguía y le perseguía frenéticamente. ¿La razón? La noche anterior les había dado de cenar en medio del desierto. A todos ellos, 5000 hombres–además de un grupo indeterminado de mujeres y niños–, abundantemente, sin hornillos ni preparados de fábrica, y sin más ingredientes que cinco panes y dos peces. Este milagro sin precedentes generó un revuelo incontrolable entre todos esos testigos más familiarizados con el hambre que con el pan. De modo que, al confirmar (y devorar) lo que Jesús era capaz hacer por ellos, deciden designarlo como rey aún por la fuerza si fuese necesario (Juan 6:15). Y es exactamente ante esa audiencia desatada que ha caminado durante horas buscando a Jesús para hacerle rey, que éste pronunciaría las célebres palabras: “Yo soy el pan de vida”. Pero no una, ni dos, ni tres veces… ¡Sino hasta cinco veces! (Juan 6:35; 41; 48; 51; 58).
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La procedencia del Pan de vida
El pan era parte esencial de la dieta entre los hijos de Israel. Con y sin levadura, según el tiempo y la ocasión, los judíos habían venido degustando distintos tipos de pan por generaciones. Pero en la mente de todos había una variedad que confirmaba la provisión y el cuidado de Dios para con ellos. Y así se lo hacen saber a Jesús: “Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: «Les dio a comer pan del cielo»” (Juan 6:31). Estos hombres han visto en Jesús su propio “cielo abierto”. Lo imaginan como una versión “moderna” de aquel Moisés que daba pan a sus antepasados, y no dudan en pedirle que haga lo mismo con ellos: “Danos siempre ese pan” (Juan 6:34).
Jesús va a aprovechar la ocasión para confirmar sus credenciales divinas delante de un pueblo desesperado y descentrado a partes iguales, pero de una forma singular. Porque a diferencia de Moisés y todos los demás profetas, por muy leales y renombrados que estos hubieran sido, Él no se presenta como un productor o un promotor de pan, sino como el verdadero Pan del Cielo. El pan que Moisés les proporcionó también procedía del Cielo, pero el que Jesús les ofrece no necesita reposición, porque sus propiedades resultan incomparables. Y, como resultado, todo el que de él prueba “tiene vida eterna” (vs. 50, 54 y 58).
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La excelencia del Pan de vida
Desde el comedor de la prisión hasta el salón dónde reyes y dirigentes gobiernan el mundo, el pan está presente en todo tipo de mesas. Sin embargo, no importa la calidad o la cantidad de pan de la que estemos hablando, por muy grande, por muy bien elaborado que esté, nunca será suficiente. Si de lo que se trata es de sobrevivir, una vez terminado habrá que cocinar más, una vez liquidado habrá que conseguir más. Incluso ese “maná” que por mediación de Moisés recibieron durante cuarenta años en el desierto, tenían que ir a recogerlo cada mañana, y aun tomándolo, antes o después todos murieron (Juan 6:49). Pero el pan que Jesús les presenta cuenta con propiedades incomparables: “Yo soy el pan de la vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed” (Juan 6:35).
La multitud que le rodea, igual que tantos y tantos hoy, está más preocupada por garantizarse un presente digerible que por asegurarse un futuro indestructible (Juan 6:26; 30-31). Buscan a Jesús no por quién es Él o por lo que representa, sino por lo que aquí y ahora pueden conseguir de Él, por medio de Él. Sin entender que el gran tesoro no se encuentra en lo que Jesús puede hacer, sino en lo que Jesús realmente es. Jesús cuenta con la capacidad única en el mundo de proporcionarnos… no lo que ya poseemos en una medida u otra, no lo que ya disfrutamos sin necesidades de su “ayuda”,[1] sino lo que no merecemos y está fuera de nuestro alcance: acceso directo a la Persona de Dios a través de Él mismo. Jesús no es un repartidor más… ¡Es el Creador del Universo! En palabras de Michael Reeves: “Si lo conocemos correctamente, no encontraremos nada tan deseable, nada tan delicioso como él.” [2] Y es que, cuando venimos a los pies de Jesús y gustamos de ese Pan de vida somos saciados de manera definitiva. El Señor de la vida nos permite entender a qué sabe la verdadera vida. Él Autor de la vida nos regala una nueva vida y con Su sola presencia nos sacia de por vida.
Conclusión:
No existe un menú mejor ni un mayor «Record». Jesús lo explicó de esta manera: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del Hombre y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Juan 6:53). ¿Has probado ya de este pan que Él nos ofrece? Porque cuando eso sucede no necesitarás de otro, no te conformarás con otro. Él mismo lo confirmó aquel día: “Como el Padre que vive me envió, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí” (Juan 6:57).
[1] Sin su “ayuda” entre comillas, porque cuando leemos las páginas de la Escritura comprobamos que nada sucede sin Su control y todo lo que tenemos o aún logramos hacer responde a Su bondadosa mano dándonos todo aquello que disfrutamos (Santiago 1:17; Proverbios 16:9).
[2] Michael Reeves, Rejoicing in Christ, (Westmont, IL: IVP, 2015), 10.