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Como creyentes, anhelamos la salvación de todos nuestros familiares—abuelos, padres, hermanos. Afirmamos el deseo del apóstol Pablo expresado en Romanos 10:1, diciendo: “Hermanos, el deseo de mi corazón y mi oración a Dios por ellos es para su salvación”.  Con el apóstol, incluso llegamos a afirmar que: “desearía yo mismo ser anatema, separado de Cristo por amor a mis hermanos, mis parientes según la carne” (Rom 9:3). Pero este anhelo es particularmente profundo para la salvación nuestros hijos. Pero entendemos que la salvación no es resultado de la genética. Que tus padres son creyentes no significa que nuestros hijos nazcan creyendo. En el ámbito espiritual, lo único que nuestros hijos heredan de nosotros por nacimiento es nuestra naturaleza pecaminosa. Ellos necesitan un mejor nacimiento. Un nacimiento que no viene por la voluntad de la carne, ni la voluntad del hombre—ni incluso la voluntad de padres que han aplicado perfectamente el formulario para la “crianza exitosa” de sus hijos. Las Escrituras son claras: este nacer de nuevo es resultado de la voluntad de Dios (Juan 1:12), por la obra del Espíritu Santo (Juan 3:1-8). Es el Dios Trino quien lo lleva a cabo, y lo hace por medio de Su Palabra (Santiago 1:18, 1 Pedro 1:23).

La implicación de estas convicciones bíblicas es clara para cada padre cristiano: hemos de ser evangelistas en el hogar, proclamando esta Palabra del Evangelio a nuestros hijos Pero a diferencia con un encuentro puntual con un desconocido en la parada del autobus, las oportunidades para la evangelización de nuestros hijos surgen de manera natural, diariamente, al ser obedientes al mandato del Señor en Efesios 6:4: “Padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en la disciplina e instrucción del Señor”.

  1. Usa lo devocional y lo diario

El tiempo del verbo “criar” en Efesios 6:4 apunta a una instrucción continua. Del mismo modo que Deuteronomio 6:6-7 manda a los padres a enseñar a sus hijos con diligencia y constancia: “hablando de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes.”  Este mandato describe una instrucción habitual y planificada (“cuando te sientes en tu casa”). Si esta no es tu práctica todavía, establece un tiempo habitual para enseñar la Palabra de Dios a tus hijos, organizando ese momento devocional para exponerles a “todo el consejo de Dios” (Hechos 20:27). Al enseñarles sistemáticamente toda la Biblia, una y otra vez les expondrás la polifacética gloria del Evangelio de Jesús revelada desde Genesis a Apocalipsis.

Pero Deuteronomio 6:7 también habla de instrucción espontánea a lo largo del día (“cuando te acuestas y cuando te levantas”), y en toda circunstancia del día (“cuando andes por el camino”). Debemos enseñar a nuestros hijos a aplicar el filtro de la Palabra perfecta y suficiente de Dios a las innumerables situaciones de la vida diaria. Pero al aplicar este filtro en un mundo caído y necesitado de redención habrá también innumerables oportunidades para hablarles del Evangelio. Al ver la creación buena de Dios podrás hablarles del Dios Santo y Bueno que desea comunión con seres humanos creados a Su imagen. Cuando experimenten el dolor del pecado en sus relaciones con amigos, cuando escuchen las distorsiones de la Palabra en el colegio, o cuando observen la corrupción del pecado en sí mismos, puedes proclamarles las consecuencias devastadoras y eternas del pecado y la necesidad de la obra redentora y el Reino de Jesucristo.

Esta instrucción constante, estructurada, y espontánea es el llamado a todo padre creyente, y por medio de ella tendrás oportunidades constantes para proclamar el Evangelio a tus hijos.

  1. Usa lo disciplinario

Tal como nuestro Padre celestial disciplina a Sus hijos (Hebreos 12:5), los padres creyentes tenemos la responsabilidad de disciplinar a los nuestros de forma consistente y amorosa (Proverbios 13:24; Efesios 6:4). Sin embargo, la disciplina no se limita a un momento de recordar a nuestros hijos de las consecuencias dolorosas del pecado, es también un puente clave al Evangelio, un puente que ha de cruzarse con frecuencia.

Damos los primeros pasos hacia este puente al explicar con claridad cuál es el motivo para la disciplina. Y el motivo no es simplemente incumplir las normas de los padres, sino la ley perfecta del Dios Santo que con justicia castiga toda transgresión de Su ley. Proclama explícitamente a tus hijos que han pecado contra este Dios Santo. Cita los versículos (¡que has de conocer primero!). Llama “pecado” a su pecado, y no simplemente “error”. Sé consistente en corregir este pecado. Muéstrales el estándar perfecto de Dios y en qué consiste el castigo eterno por violar ese estándar (Romanos 6:23).

Esta claridad sobre el pecado de nuestros hijos podría parecer algo severo o áspero, pero es lo que prepara camino para el Evangelio. En las palabras de Charles Spurgeon: “La ley es la aguja, y no puedes pasar el hilo sedoso del Evangelio por el corazón del hombre, sin primero pasar la aguja de la ley, para abrir camino para ello (el Evangelio)”.[1] En otras palabras, antes de cruzar el puente y proclamarles el Evangelio, tenemos que mostrar a nuestros hijos el peso insoportable de su pecado para que se desesperen de su propia justicia (Romanos 3:20). Pero no les dejes desesperanzados por su injusticia. Sigue avanzando en ese puente y predícales de la justicia que Dios da “gratuitamente por Su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió públicamente como propiciación por su sangre a través de la fe” (Romanos 3:24-25). Recuérdales que “la paga del pecado es la muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). Apúntales a la suficiencia de la obra sustitutoria de Cristo en la cruz para perdonarles y limpiarles de toda maldad. Insísteles sobre el amor de Dios demostrado en el Evangelio (Juan 3:16), en Su perdón (Isaías 55:7) y en lo que Jesús dice: “Dejad que los niños vengan a mí” (Lucas 18:18).

La disciplina bíblica es un mandato a confrontar y a corregir la injusticia de tus hijos. Pero también es un puente de oro para proclamarles el Evangelio. Querido padre, sé obediente en aplicarla con tus hijos. No la veas como un estorbo o interrupción a tu día, sino como una oportunidad continua de pasar la aguja de la ley por sus corazones para que vean su necesidad del hilo escarlata del Evangelio de Jesucristo.

No hay gozo mayor para un padre cristiano que saber que sus hijos andan en la verdad (3 Juan 4). ¿Estás esforzándote hoy por proclamar esta verdad del Evangelio a tus hijos por medio de tu obediencia al mandato de criarlos en la disciplina e instrucción del Señor?

 

 

[1] Cita de un sermón predicado por Charles H. Spurgeon en el Metropolitan Tabernacle en 1886 titulado “A Plain Man’s Sermon”.

 

 

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