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Este verano tuvimos la oportunidad de visitar la espectacular Alhambra de Granada, con su sinfín de jardines, fuentes, piscinas, palacios y torres. Una grandeza que nos dejó sorprendidos y con la boca abierta. Pero también experimentamos una sorpresa inesperada y no deseada cuando llegamos con gran anticipación a la puerta de los palacios nazaríes, la joya de la corona de la Alhambra, y no se nos permitió el verlo. Sin saberlo, habíamos comprado las entradas por el medio incorrecto, y quedó excluido nuestro acceso a lo más especial de la visita.  En Mateo 7:21-23, el Señor Jesús advierte que lo mismo puede suceder cuando se trata de la entrada en el reino de los cielos, diciendo:

“No todo el que me dice: ´Señor, Señor´, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: ´Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?´”

En otras palabras, habrá los que profesan a Cristo, que podrán señalar grandes logros religiosos que han hecho en nombre de Cristo, y pensarán con confianza que su entrada en el Reino de los Cielos está asegurada. Pero al comparecer ante el Rey de los cielos, su confianza será un engaño total porque, en aquel día, oirán la declaración sorprendente y horrenda de Jesús en el versículo 23, resonando por toda una eternidad en forma de llanto y crujir de dientes en el horno de fuego: “Entonces les declararé: ´Jamás os conocí; apartaos de mí, los que practicáis la iniquidad´”.

La pregunta vital para todo aquel que profesa a Cristo es: ¿Cómo puedo saber que este no será mi fin? O, dicho de otra manera, ¿cómo puedo saber que soy salvo, y que mi entrada al Reino de los Cielos está garantizada?

En la gracia de Dios, las Escrituras están repletas de respuestas a esta pregunta. Dios, en Su misericordia, nos muestra cómo podemos saber que somos salvos. E incluso en el mismo contexto de esta declaración aterradora, el Señor Jesús nos señala de qué manera podemos probar nuestra profesión, al decir: “Todo árbol bueno da frutos buenos; pero el árbol malo da frutos malos…por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:17, 20). Así como el fruto que identifica el árbol, el fruto que producimos nosotros nos identifica como hijos de Dios o no. Y las Escrituras son el libro de botánica que localiza el fruto de cada árbol plantado por Dios (Mateo 15:13), que ha nacido por Su voluntad, por medio de Su Palabra (Santiago 1:18), por medio del Espíritu Santo (Juan 3:1-8; Tito 3:5). Considera algunos de estos frutos:

  • El fruto del Espíritu: “El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio” (Gálatas 5:22-23).
  • El fruto de fe en la persona y obra de Cristo: “Todo aquel que confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios” (1 Juan 4:15); “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios” (1 Juan 5:1), “todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios” (1 Juan 4:2-3).
  • El fruto de confesión de pecados: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:8-9).
  • El fruto de obediencia a sus mandamientos: “Si me amáis, obedeceréis mis mandamientos” (Juan 14:15); “En esto sabemos que hemos llegado a conocerle: si guardamos sus mandamientos” (1 Juan 2:3-5).
  • El fruto de amor por el Hijo de Dios y los otros hijos de Dios: “Si alguno no ama al Señor, que sea anatema” (1 Corintios 16:22); “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros” (Juan 13:35); “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida porque amamos a los hermanos” (1 Juan 3:14).

Estos frutos (¡y más!) siempre acompañarán, en alguna medida, una auténtica obra salvadora de Dios. Pero, ¿qué hacer si no ves este fruto claramente en tu vida?

Por un lado, si nunca has visto este fruto presente en tu vida desde tu profesión de fe en Cristo es porque no perteneces a Él. Y el llamado del Evangelio es a arrepentirte y creer el Evangelio (Marcos 1:15), creyendo en la muerte y resurrección de Jesús para el perdón de tus pecados.

Al mismo tiempo, para un genuino creyente, puede haber temporadas de lo que Charles Spurgeon llamaba “el invierno del alma”, cuando, por causa de aflicción, prueba, tentación, o nuestro propio descuido se ve poco fruto en nuestras vidas. Pedro describe el efecto de no producir el fruto espiritual al señalar que, “El que carece de estas virtudes es ciego o corto de vista, habiendo olvidado la purificación de sus pecados pasados.” (2 Pedro 1:5-7). En otras palabras, es posible que un verdadero creyente, por causa de su pereza espiritual, no produzca todo el fruto acorde con la salvación, hasta el punto de que la genuinidad de su salvación no sea perceptible. Pero el apóstol también da el remedio a esta condición miope: “Obrando con toda diligencia, añadid a vuestra fe, virtud…conocimiento…dominio propio… perseverancia… piedad…amor fraternal…y amor…Así que hermanos, sed tanto más diligentes para hacer firme vuestro llamado y elección de parte de Dios; porque mientras hagáis estas cosas nunca tropezaréis; pues de esta manera os será concedida ampliamente la entrada al reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.”

Pedro marca el plan de acción para el creyente genuino ante una falta de fruto espiritual: ¡Sé diligente! Por el poder del Espíritu pon a muerte las obras de la carne (Romanos 8:13). Deja tu amistad con el mundo (Santiago 4:4), fija tus ojos en Cristo (Colosenses 3:1-4), y anda por el Espíritu, no cumpliendo los deseos de la carne (Gálatas 5:16), para que Él produzca Su fruto en ti. Así tendrás la prueba definitiva de tu salvación: “Por sus frutos los conoceréis”, y “os será concedida ampliamente la entrada al reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.”

No te quedes confundido, sé diligente y confirma tu llamado y elección.

 

 

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