“Jack el destripador”, “el conde Drácula” o “Maléfica” son simplemente algunos de los personajes que circularán, al menos durante una noche, por las calles de la ciudad, de cualquier ciudad. Sin olvidarnos del buen número de calaveras, calabazas y los metros y metros de confeti desplegados caóticamente en centros comerciales, restaurantes y, por supuesto, los pasillos de los colegios y escuelas dónde, por cierto, resulta políticamente incorrecto celebrar el día del padre, pero Halloween se ha convertido en un elemento primordial dentro de la programación anual.
Lo que antes veíamos solo por televisión ahora forma parte de nuestro entorno también, sin importar la región en la que nos encontremos. Es evidente que se trata de otra “gallina de los huevos de oro” con la que las marcas pretenden hacer negocio, y no parece que les vaya mal… Se calcula que este año, solamente en España, supondrá un movimiento económico entre espectáculos, restaurantes y disfraces… ¡De más de 2000 millones de euros! Pero ¿es solamente business? ¿O hay algo más detrás? Y, en todo caso, ¿cómo deberíamos afrontar los cristianos esta celebración de la muerte y de los muertos?
1. Un principio cuestionable
Por ahí deberíamos comenzar. Halloween es un negocio redondo, pero que encuentra su razón de ser en celebrar la muerte y a los muertos. O, al menos en mantener una correcta correspondencia con ellos. Más allá del “truco o trato”, los sustos, o los caramelos que niños ataviados con siniestros disfraces recolectan como si no hubiera un mañana, cada 31 de octubre se rinde homenaje a la muerte y a los muertos. Con el paso del tiempo, la antigua costumbre cristiana de recordar a los mártires fallecidos por causa del Evangelio emparentó (y emparentó mal) con ciertas tradiciones celtas que servían para señalar la transición de la calidez y prosperidad del verano a un invierno que, como cada año, se presentaba gélido y oscuro. Y los intentos de la Iglesia en el siglo IX d.C. de “sabotear” la fiesta situando el día de todos los santos en plena celebración de ese Samhain de los pueblos del norte produjeron el efecto contrario al esperado, porque no fue la memoria ni el reconocimiento a aquellos que entregaron su vida por la causa de Cristo lo que terminó por imponerse, sino justamente lo contrario. La superstición y el temor a la muerte y a los muertos conquistaron el corazón de una mayoría intranquila y atraída a partes iguales por lo oculto y desconocido.
La Biblia confirma como un hecho la existencia de todo un mundo espiritual invisible que nos acosa y atosiga incansablemente (Efesios 6:11-12). Y, aunque somos cristianos, ninguno de nosotros permanecemos inmunes ni indiferentes ante los efectos devastadores y dolorosos que la muerte trae juntamente consigo. Pero sabemos que el nuestro no es “un Dios de muertos, sino de vivos” (Mateo 22:32) que domina sobre todo y sobre todos, principados y potestades del mal incluidas (Colosenses 2:15; Efesios 1:20-21). Y, como resultado, es la vida y la vida eterna es lo que ocupa nuestros pensamientos y estimula nuestro corazón (Juan 14:19; Juan 11:25) Entre otras razones: “Porque sabemos que, si la tienda terrenal que es nuestra morada, es destruida, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha por manos, eterna en los cielos” (2 Corintios 5:1).
2. Un progreso cuestionable
Pero más allá de las historias de fantasmas y las películas de terror, los druidas y las brujas, con sus conjuros, sacrificios y hogueras, ya no forman parte de la versión contemporánea que se celebra en estos días. Para la inmensa mayoría Halloween no pasa de ser la excusa perfecta para el exceso, el desenfreno y la disolución. La cuestión que habría que analizar es por qué tendríamos nosotros el más mínimo interés en involucrarnos en algo así, teniendo en cuenta que, si realmente somos del Señor, hemos sido capacitados y comisionados a ejercer la sobriedad y el dominio propio, colocándonos bajo el timón del Espíritu Santo (Tito 2:11-12; 1 Pedro 5:8; Efesios 5:17-18). Asimismo, la idea de ocultarse bajo el atuendo de personajes funestos y embajadores del “Malo” y de lo malo no es el mejor ambiente posible para quienes reciben el sobrenombre de “hijos de la luz y del día” (1 Tesalonicenses 5:5-8), y no parece que sea la manera ideal de honrar al Señor, ni de hacer un uso adecuado de la vida y el tiempo que Él nos ha delegado para que lo administremos (1 Corintios 10:31). Por otro lado, y pensando en los más pequeños de la casa, deberíamos plantearnos si este es el escenario en el que queremos introducir a nuestros hijos, al punto de que termine por ser el ambiente que les atrae y sean estas las temáticas y las dinámicas que les interesen… Seamos sabios y prudentes en cuanto a qué legitimamos y empleemos bien la influencia que (todavía) podamos tener sobre ellos, aun en aquello que aparentemente resulta “inofensivo” (Proverbios 22:6).
3. Una participación cuestionable
Algunos creyentes consideran que Halloween, como cualquier otra celebración, puede ser “redimida” poniendo a un lado todo aquello que no ofenda a Dios. Y hemos de reconocer que cualquier ocasión es buena para dar testimonio del Evangelio. Sin embargo, no te hace falta vestirte de vampiro para comunicar a otros la esperanza que encontramos en Cristo. Pero no hablamos simplemente de aprovechar la oportunidad que Halloween nos proporciona, sino de participar de esta fiesta con la misma libertad con la que lo haríamos en cualquier otra celebración de las que tanto abundan en el calendario. En ese sentido, otros cristianos consideran que se trata de un asunto de conciencia. No obstante, por muy elástica que pueda llegar a ser la conciencia de uno, un principio cuestionable y un progreso cuestionable hacen de nuestra participación en Halloween algo cuestionable… Y, dice la Escritura, “dichoso el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba” (Romanos 14:22).
Conclusión
Si alguien llama a la puerta de mi casa en la tarde-noche del 31 de octubre le estaré esperando con un puñadito de caramelos. Pero, y especialmente, con muchas ganas de contarle acerca de Uno que venció a la muerte de manera definitiva (1 Corintios 15:54-57). Uno que vino para darnos vida y vida en abundancia (Juan 10:10). Uno que regresará a buscar a los que siguen, le sirven, y anhelan encontrarse con Él (2 Timoteo 4:8). Esto es lo que recordamos y rememoramos, lo que realmente nos importa y nos impulsa, no solamente ese día, sino cada día, hasta que llegue el gran día (Mateo 24:30). Y esto sí que es motivo para una fiesta… ¡Siempre y cuando tengas garantizado el acceso!
Excelente explicación! Gracias Pastor