Llegó la Navidad, un año más o un año menos, según se mire. Por si alguno se había despistado, tiendas y negocios varios se han encargado de hacérnoslo saber, ya desde el pasado mes de septiembre. Pero, finalmente, y en el momento preciso, llegó la Navidad. Y con la Navidad toda una serie de tradiciones, de clásicos “navideños”. Hablamos de cenas, de adornos, de regalos, de luces y por supuesto también de postales. Porque las postales ocupan ya un lugar destacado en estas fechas, aunque no siempre fue así. En realidad, no hace tanto que a alguien se le ocurrió la idea de diseñar una tarjeta navideña y enviarla a sus amigos y conocidos para recordar aquella primera Navidad. Exactamente en 1843, cuando un inglés llamado Henry Cole sorprendió a todos sus allegados al regalarles una tarjeta que contenía un grabado con un grupo de personas celebrando una fiesta y un mensaje que con los años se ha vuelto viral: “Feliz navidad y próspero año nuevo”.
Después de esa tarjeta vinieron muchas más y de todos los tipos. Pero, probablemente, la mejor postal jamás publicada la encontramos en el evangelio de Lucas. No podía haber sido otro que Lucas, conocido por su precisión, el que fuera capaz de incluir todos esos elementos que todavía hoy nos llevan a pensar en Navidad y hacerlo en apenas unos pocos versículos. El evangelista nos habla de un pesebre, de pañales, de pastores, de ángeles cantores, de María, de José, pero sobre todo de un niño. Un niño que es distinto a todos los demás niños.
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La presentación del niño
Hoy en día se han puesto de moda los llamados baby showers, en los que unos padres emocionados convocan a un buen número de amigos para celebrar la vida de su bebé. Y en algunas de esas fiestas tiene lugar todo un despliegue técnico y artístico realmente singular, con música, juegos, confeti y hasta, en algunos casos, fuegos artificiales. Pero nada comparable a lo que este Lucas nos relata aquí.
Dice el capítulo 2 del Evangelio de Lucas que: En la misma región había pastores que estaban en el campo, cuidando sus rebaños durante las vigilias de la noche. Y un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor, y tuvieron gran temor. Mas el ángel les dijo: No temáis, porque he aquí, os traigo buenas nuevas de gran gozo que serán para todo el pueblo. (Lucas 2:8-10)
En aquella noche las compuertas del cielo se abrieron y la gloria del Señor resplandeció. En el lugar menos sospechado–un campo en medio de la nada, en el momento menos esperado–en la oscuridad de la noche, ante los menos influyentes–un grupo de pastores, una de las ocupaciones más vergonzosas del momento, reservada para los que no podían hacer nada mejor, para los que no sabían hacer nada mejor. Pero es allí dónde se presenta el nacimiento de este niño y es a ellos a quiénes se les presenta el nacimiento de este niño. Porque son ellos, incapaces, ignorantes, invidentes en lo que respecta a lo espiritual, los que necesitan escuchar del nacimiento de este niño. Pero nosotros, igual que ellos, necesitamos escuchar del nacimiento de este niño distinto a los demás niños. Porque, igual que ellos, no somos lo que deberíamos ser, no importa si más religiosos o menos religiosos. Nosotros, igual que ellos, no honramos a Dios como deberíamos, no importa si más morales o menos, no amamos a Dios como deberíamos. Porque, igual que ellos, somos pecadores. Todos somos pecadores. Todos, menos aquel niño. Esto es la Navidad. Esto es lo que recordamos en Navidad. Esto es lo que proclamamos en Navidad.
Si lo piensas por un momento, sobre el papel, estamos ante la peor campaña de márketing posible. Si de lo que se trataba era de dar a conocer a aquel niño que es distinto a los demás niños, a ningún experto se le hubiera ocurrido presentarlo en sociedad de ese modo, en aquel lugar, ante aquella audiencia. Pero, dos mil años después, seguimos recordando lo que sucedió en aquella noche, a quien nació en aquella noche. Porque la gloria de aquel niño que nació en Belén no está en su comitiva, sino, más bien, está en su cometido, en lo que ha venido a hacer. Por eso, en esa postal magistral que Lucas nos regala, además de la presentación del niño, incluye la predicción acerca de ese niño.
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La predicción acerca del niño
En aquella primera Navidad que Lucas nos dibuja, las buenas noticias no se acaban con el anuncio del nacimiento del niño. Hay algo más. Hay algo mejor. Dice Lucas capítulo 2, versículo 11: “Porque os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador que es Cristo el Señor. Y esto os servirá de señal: hallaréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
El ángel confirmó a los pastores que ese niño que nació en Belén vendría a ser mucho más que un buen vecino, mucho más que un ciudadano célebre, que un líder de masas Aquel niño vendría a ser el Salvador del mundo, el Mesías, el Señor sobre todo y sobre todos. Porque aquel niño era el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29). Ese Justo que en apenas unos años ocuparía el lugar de los que somos injustos, para llevarnos a Dios, para reconciliarnos con Dios. Porque por nosotros mismos no podemos, no alcanzamos, no llegamos (1 Pedro 3:18). Sin embargo, para que eso sucediera, aquel niño que nació como un inocente bebé tendría que ser crucificado como un criminal. Aquel niño que esa noche fue aclamado por propios y extraños, vendría a ser insultado y despreciado por todos. Pero lejos de ser un error o un accidente, en aquella cruz, por aquella muerte, Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no tomando en cuenta a los hombres sus transgresiones (2 Corintios 5:19). Esto es la Navidad. Esto es lo que recordamos en Navidad. Esto es lo que proclamamos en Navidad.
Lucas termina su narración dibujando a un grupo incontable de ángeles cantores que decían: Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres en quienes Él se complace (Lucas 2:13) Y ante esa postal de Navidad, la postal de Navidad, con la presentación del niño y la predicción acerca de este niño, que es distinto a los demás niños. Solamente hay espacio para una respuesta, para una reacción. La de reconocer que, en la persona de Jesús, Dios no solo no nos trata como no merecemos, sino que nos bendice como no merecemos, ofreciéndonos una paz que no merecemos. Por eso hemos de adorarle como solamente Él merece. ¿Es esta tu postal de Navidad?