Tras la proliferación en los últimos años del fenómeno de iglesia “online”, algunas personas, desde la comodidad de su sofá y vestidos en pijama, se han hecho la siguiente pregunta: ¿Realmente tengo que pertenecer a una iglesia local para ser cristiano? Pero esta no es una pregunta novedosa que surge a raíz de un virus. Mucha gente que dice haber profesado a Cristo, pero que se mantienen en la periferia de la comunidad cristiana, han excusado este alejamiento con expresiones como: “no tienes que asistir a la iglesia para ser cristiano”, “no necesito la iglesia, porque yo adoro a Dios a mi manera”, o “ya soy parte de la iglesia universal, así que no necesito ser parte de una iglesia local”. Y, con frecuencia, terminan con esta pregunta: ¿Puedo ser cristiano y no pertenecer a una iglesia local?
Sí…
La respuesta simple a esta pregunta es SÍ. No es la participación en una iglesia local lo que te salva, sino la gracia de Dios por la fe en Jesucristo (Efesios 2:8-9). Y hay creyentes alrededor de todo el mundo que no tienen la posibilidad de congregarse, bien porque están impedidos en casa por su salud o vejez, bien porque viven en partes remotas del planeta donde simplemente no hay iglesia.
Pero no…
Ahora bien, seamos honestos; no es esa minoría microscópica que no tiene la posibilidad de congregarse la que busca excusar su ausencia de la iglesia local. Ellos tienen causas de “fuerza mayor”, y probablemente desean con todas sus fuerzas poder congregarse. Quien habitualmente busca la excusa, y la argumenta, es esa persona que podría formar parte de una iglesia local, pero no lo hace por decisión propia. Y, en ese caso, la respuesta a la pregunta es NO. No puedes ser cristiano, o, por lo menos, no un cristiano obediente y seguro de su salvación, sin congregarte en una iglesia local.
Esta declaración puede parecer dura, pero en la Biblia encontramos dos razones (al menos) que ponen en duda la salvación de una persona que no se congrega:
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Está viviendo en desobediencia
En Mateo 18:15-17 Jesús establece el modelo de restauración de un creyente que ha caído en pecado. La persona que vive sin arrepentirse de su pecado llega a ser como un gentil o un recaudador de impuestos para la iglesia. En otras palabras, viene a ser como un incrédulo que necesita escuchar otra vez el Evangelio, porque no hay ninguna señal de vida espiritual en él. Pero esta realidad no solo se aplica a los que no dejan de robar o de cometer adulterio, también apunta a todo pecado y desobediencia sin arrepentimiento. Y la persona que no se congrega vive en desobediencia abierta y continua a muchos mandatos.
Para empezar, la persona que no se congrega está desobedeciendo abierta y directamente al mandato de “no dejar de congregarnos” (Hebreos 10:25). Pero, además, y como resultado, no está en condiciones de cumplir con lo que Cristo estableció en Juan 13:34: “Un mandamiento nuevo os doy: que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros.” En Juan 15:12, Cristo se referirá una vez más a este mandamiento de amarse los unos a los otros, no con un amor místico o indefinido, sino como Él nos ha amado. Un amor que nuestro Señor define como “dar su vida por sus amigos” (Juan 15:13).
El Apóstol Juan daría eco a esta definición del amor que Jesús manda algunos años más tarde: “en esto conocemos el amor: en que Él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1 Juan 3:16). Y aclara en el versículo 18 de ese mismo capítulo que poner nuestra vida por los hermanos no es algo abstracto: “No amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad”. El cristiano ha recibido el mandato de amar a sus hermanos y entregar su vida por ellos, en la práctica, tangiblemente, llevando a cabo los “unos a los otros” de las Escrituras. El que rehúsa formar parte de una iglesia local cuando está a su alcance, deja de obedecer este mandato de Cristo (y más). Vive en pecado continuo y no arrepentido. Es como un gentil o recaudador de impuestos (Mateo 18:17). Y, del mismo modo que Caín que era del maligno y mató a su hermano (1 Juan 3:12), se puede aplicar a esa persona: “el que no ama (a su hermano) permanece en muerte” (1 Juan 3:14).
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No tiene seguridad de salvación
En 1 Juan 4:7 Juan declara que “todo el que ama es nacido de Dios y conoce a Dios”, y este amor se ve manifestado en el mandato al principio del versículo: “Amados, amémonos unos a otros.” En otras palabras, una señal imprescindible y definitiva de que has nacido de Dios y eres hijo de Dios, es que amas a los otros hijos de Dios. Y, otra vez, el amor al que Juan se refiere es un amor práctico, “de hecho y en verdad” (1 Juan 3:18). Es por este amor que se entrega para servir a los hermanos y lavar sus pies, que confirmas y despliegas que eres discípulo de Jesucristo (Juan 13:35).
Por otro lado, una señal definitiva de que no has nacido de nuevo y, por tanto, de que no eres de Dios, es que no amas a los hijos de Dios. El apóstol dice: “El que no ama no conoce a Dios” (1 Juan 4:8), y, “El que no ama permanece en muerte” (1 Juan 3:14). En ambos casos se refiere a un amor por los hermanos desplegado en la práctica; “poniendo nuestras vidas por los hermanos” (1 Juan 3:16). La implicación es que si no existe una demostración de este amor genuino lo más probable es que no seas discípulo de Cristo.
El amor por los hermanos que se despliega en el contexto de la iglesia local es una prueba definitiva de salvación. Pero cuando consistentemente rehúsas demostrar ese amor, la autenticidad de tu salvación queda “suspendida” y, esto, te quita el fundamento bíblico para toda confianza de salvación ante Dios. O peor, revela que no eres de Dios… ¡porque no amas a los hijos de Dios!
Si eres creyente, pero has caído en el hábito “pos-Covid” de vivir aislado de la iglesia, las Escrituras insisten en que no dejes de congregarte, sino que seas obediente a los mandatos de Cristo, amando a los hermanos en la iglesia local, y así todo el mundo sabrá que eres discípulo de Cristo…. ¡Comenzando contigo mismo!