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Nos encontramos en plena fiesta de Pentecostés. Los discípulos han estado escondidos por varias semanas, exactamente desde el momento de la ascensión de su Señor a los Cielos. Pero, según relata el capítulo 2 de Hechos, de manera totalmente inesperada, el Espíritu Santo viene sobre ellos, y ese grupo de seguidores de Jesús, hasta entonces refugiados y acobardados en el Aposento Alto, escuchan “un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso que llenó toda la sala donde estaban sentados y se les aparecieron lenguas como de fuego que repartiéndose se posaron sobre cada uno de ellos, fueron llenos del Espíritu Santo todos ellos y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba habilidad para expresarse”. (Hechos 2:2-4).

El concepto de las lenguas

Esta palabra “lenguas”, (“glossa” en el original), admite dos posibilidades de significado que los lectores del libro de Hechos en el siglo primero podían entender. Por un lado, la de “lengua”, refiriéndose a ese órgano que permite el habla, y, por otro, la de “lengua” como un conjunto de palabras que conforma un idioma distintivo. Nosotros todavía utilizamos estas dos acepciones para explicar la palabra lengua en castellano. A veces hablamos de “lengua” para aludir a eso que muchos utilizan más de lo que deberían y, que otros, sabemos solamente por fe que cuentan con una, porque no dicen “ni pío”. En este caso, no hay duda de qué tipo de “lengua” es la que tiene en mente el autor del texto, ya que, luego de esa irrupción asombrosa del Espíritu Santo, se nos relata que personas venidas a Jerusalén desde muy diversas localizaciones geográficas están entendiendo hablar a los discípulos de Jesús en su propio idioma.

El versículo 6 de Hechos 2 confirma que: “cada uno los oía hablar en su propia lengua”. Y eso provoca el asombro y la maravilla de los que escuchan, ¡y no es para menos! Aquellos galileos, a los que en otras ocasiones se habían burlado por su mal acento al hablar su propio idioma, ¡se expresan perfectamente en hasta 16 lenguas diferentes! Y al repasar la lista dada por Lucas, notamos que se trata de lenguajes muy distintos entre sí, que llevaría años el aprenderlos, y todavía más tiempo el dominarlos como para dar un discurso. ¿Cómo es posible que estos señores que no se han formado, que no han estudiado, que no han viajado…, se expresen perfectamente en cada uno de estos idiomas? La explicación es “sencilla”: por medio de la intervención sobrenatural Dios, esos pobres galileos, temerosos, no de Dios, sino de las posibles consecuencias de que otros sepan de su paradero, permanecen a cubierto… ¡Hasta que el Espíritu Santo interviene! Y, entonces, esos mismos individuos, que llevaban varias semanas ocultos, salen de aquella habitación y comienzan a hablar en lenguajes que no conocían previamente, con tan buen acento que alguno hasta les pidió el número del profesor.

El contexto de las lenguas

Solo cuarenta días después de ascender a los Cielos, la promesa de Jesús había comenzado a cumplirse: pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros; y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra(Hechos 1:8). No hablamos de expresiones ininteligibles, de éxtasis incontrolados, sino de idiomas que representan de manera absolutamente visible (y audible) esa capacidad sobrenatural que Cristo había prometido a sus discípulos con el fin de impactar hasta lo último de la tierra. Todo con el fin de proclamar un Evangelio que había sido concebido para alcanzar hasta lo último de la tierra, no solamente a aquellos judíos. ¿Qué clase de poder es ese como para que, un grupo de hombres sencillos, que no tienen formación académica en general, y mucho menos idiomática, prediquen hasta lo último de la tierra y sean entendidos? Norman Geisler lo explica así: «Incluso aquellos que creen en las lenguas reconocen que personas no salvas tienen experiencias con lenguas. No hay nada sobrenatural en ellas. Pero hay algo único en hablar oraciones y discursos completos y significativos en un idioma comprensible al que uno nunca ha estado expuesto. Esto es lo que implicaba el verdadero don de lenguas del Nuevo Testamento. Cualquier cosa que no alcance esto, como las ‘lenguas privadas’, no debería considerarse el don bíblico de lenguas.»[1]

Pocos son los que discuten que en Hechos 2 nos encontramos ante el llamado don de lenguas en el sentido de “idiomas”. Pero muchos son los que insisten hoy– y enfatizo lo de hoy, porque esto no es exactamente lo que observamos a lo largo de la historia de la Iglesia Cristiana– en que el don de “lenguas” evoluciona a lo largo de las páginas del Nuevo Testamento hasta cubrir sistemas de comunicación que superan los límites geográficos del planeta tierra y alcanzan cotas angelicales. Una cosa, argumentan ellos, es lo que pasa en Hechos 2 y a lo largo de este libro, dónde el Evangelio que se expande para dejar atrás su condición de judío y volverse una realidad global, alcanzando también a los gentiles. Y otra cosa es lo que observamos en 1 Corintios, particularmente, en los capítulos del 12 al 14. Ahí todo ya es más sofisticado, dicen ellos. Para entonces, este don espiritual ya no es simplemente un testimonio de cómo el Espíritu Santo confirma su capacitación misionera, dicen ellos. Si no, más bien, algo que los creyentes podemos utilizar y, de alguna manera, “disfrutar” como muestra de nuestra comunión con Dios, dicen ellos. Al punto que, hay ciertas iglesias en las que se insiste que si uno no habla en lenguas entonces no tiene al Espíritu Santo y, por tanto, no pertenece al Señor, dicen ellos.[2]

Como resultado de la proliferación de movimientos y grupos “evangélicos” en los que las lenguas se han convertido en toda una seña de identidad espiritual resulta oportuno comenzar por atajar la siguiente cuestión: ¿Existen dos tipos distintos de “lenguas” en el Nuevo Testamento, uno concebido para los “de afuera” y otro concedido para los “de adentro” como tantas personas hoy defienden y demandan a nuestro alrededor? Con la ayuda del Señor trataremos de ofrecer una respuesta en la siguiente entrega del blog…

 

 

[1] Norman Geisler, Signs & Wonders: What You Need to Know about the Holy Spirit, the Gifts, and the Kingdom of God (Carol Stream, IL: Tyndale House Publishers, 1998), 167.

[2] Para una presentación de esta posición, véase Stanley M. Horton, “Spirit Baptism: A Pentecostal Perspective” In Perspectives on Spirit Baptism: 5 Views. Edited by Chad Owen Brand (Nashville: Broadman & Holman, 2004), 47–94.

Heber Torres

Heber Torres

sirve como pastor de Redentor Madrid y es director del Certificado en Estudios Bíblicos del Seminario Berea (León, España). Está casado con Olga y juntos son padres de tres hijos: Alejandra, Lucía y Benjamín.

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