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En el siglo XVII, un puritano inglés llamado Thomas Brooks escribió un libro titulado El cielo en la tierra, donde propone que podemos experimentar algo de los gozos del Cielo mientras todavía vivimos en la tierra por un medio particular: la seguridad de la salvación.

En otras palabras, el gustar y experimentar el gozo y la alegría del Cielo aquí y ahora viene dado no solo por ser salvo, sino por saber, con certeza, que somos salvos: “el verse en este estado de gracia ahora (que) le rendirá tanto un cielo ahora, como en el futuro…el ver, el saber que uno está en ese estado de gracia es lo que hace la vida dulce y placentero.”[1] Según Brooks, todo creyente verdadero tiene salvación, pero es el saber con certeza que uno tiene salvación que trae gozo ahora, y entonces para el creyente, “la seguridad de la salvación es la belleza y ápex de la felicidad del cristiano en esta vida…se atiende por el gozo más fuerte, el consuelo más dulce, y la paz más grande.”[2]

Pero en la experiencia, esa certeza de la salvación puede parecer fugaz, o verse nublada por nuestros pecados, percepciones o, simplemente, el vivir en un mundo pecaminoso. No es fácil de obtener. Incluso Brooks reconoce que la seguridad “es una perla que muchos quieren, pero una corona que pocos se ponen.”[3] Entonces, la pregunta de vital importancia es la siguiente: ¿cómo adquirimos esta joya en la vida cristiana? ¿Cómo podemos tener seguridad de la salvación?

¿Cómo obtener esta seguridad?

Gracias a Dios las Escrituras no guardan silencio al respecto. Hay abundantes instrucciones al respecto en la enseñanza de Jesús (Juan 15:8, por ejemplo) y del apóstol Juan, que escribe su primera epístola precisamente para que sepamos que tenemos vida eterna (1 Juan 5:13), y comunión con el Padre y con el Hijo (1 Juan 1:3) para que tengamos gozo completo (1 Juan 1:4). Pero en 2 Pedro 1, el apóstol nos muestra cómo hemos de vivir ahora, para experimentar esa certeza de que, usando un lenguaje gráfico el Cielo nos “pertenece”. Dice en versículo 11: “de esta manera os será concedida ampliamente la entrada al reino eterno de nuestros Señor y Salvador Jesucristo.”

Pedro afirma que hay una manera de vivir ahora, y que nos da la confianza ahora, de que en el futuro seremos recibidos con las puertas completamente abiertas. El lenguaje que emplea apunta a uno que se acerca al cielo, no dudando, no preguntando por si acaso le negasen entrada. Más bien describe una bienvenida con los brazos abiertos, y una confianza de una amplia-rica, en el original– recepción, sabiendo que el cielo es… “nuestro”.

¿Cuál es “esta manera” a la que se refiere Pedro aquí, para que tengamos esa confianza? La respuesta la encontramos en los versículos 3 al 8 de este mismo capítulo 1 de 2 de Pedro, donde el apóstol proclama que por medio de Cristo tenemos “Todo cuanto concierne a la vida y a la piedad” (1:3) siendo “partícipes de la naturaleza divina” (1:4). En otras palabras, el creyente ha recibido una nueva naturaleza como resultado de su nuevo nacimiento, y en Cristo tiene toda provisión divina para vivir como un hijo de Dios. Pero no es solo tener esa provisión y el ser hijos de Dios, sino el hacer uso de esa provisión y vivir como hijos de Dios lo que nos da la seguridad de que somos hijos de Dios. Pedro nos llama a vivir así en 2 Pedro 1:5-7: “Por esta razón también, obrando con toda diligencia, añadida a vuestra fe, virtud, y a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio, al dominio propio, perseverancia, y a la perseverancia piedad, a la piedad fraternidad, y a la fraternidad, amor.”

Ya que el creyente tiene toda provisión divina ¡debe hacer uso diligente de esta provisión divina! Dicho de otra manera: El camino a la certeza de que somos hijos de Dios viene por diligentemente vivir como hijos de Dios, siendo progresivamente conformados a la imagen del Hijo de Dios, al “añadir” estas virtudes. Y al ser diligentes en esto, no seremos estériles en la vida Cristiana (1 Pedro 1:8), sino que llevaremos el fruto que realmente somos hijos de Dios, y discípulos de Cristo (Juan 15:8).

¿Por qué no experimentamos esta seguridad?

Pero ¿qué pasa cuando no somos diligentes en crecer como nos indican los versículos del 5 al 7? Pedro confirma en el versículo 9 que, “el que carece de estas virtudes es ciego o corto de vista, habiendo olvidado la purificación de sus pecados pasados.” En otras palabras, la pereza o la desidia en nuestro crecimiento espiritual puede llevarnos a perder de vista nuestra salvación. Si no estamos celosa y diligentemente buscando crecer en conformidad con Cristo, de acuerdo con la vida que tenemos en El, la gloriosa realidad de nuestra salvación puede llegar a ser tan borrosa y oscura que en lugar de ser fuente de gozo y seguridad, se convierte en un pozo de temor y dudas. Pedro revela que si no estás disfrutando de la seguridad de que eres un hijo de Dios puede ser porque no estás siendo diligente en vivir como un hijo de Dios.

Entonces, si la apatía espiritual puede llevarnos a olvidar nuestra salvación, y, como resultado, dejar de experimentar ese “Cielo en la tierra”, ¿qué podemos hacer? La respuesta la hallamos en el versículo 10: Así que, hermanos, sed tanto más diligentes para hacer firme vuestro llamado y elección…” Dicho de otra manera: ¡sé diligente! Busca celosamente crecer en tu conformidad al Hijo de Dios, de esta forma confirmarás que realmente has sido escogido por Dios y adoptado como un hijo de Dios. De esta forma, no tropezarás (v.10). Y, además, “te será concedida ampliamente la entrada al reino eterno de nuestro Señor.” Tendrás por seguro que las puertas están abiertas y, así, experimentarás gozo, consuelo, y paz. Como diría Brooks: “experimentarás el Cielo en la tierra”.

[1] Thomas Brooks, Heaven on Earth (Scotts Valley, CA: CS Independent Publishing Platform, 2015), 23.

[2] Ibid., 24

[3] Ibid., 24.

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