Skip to main content

Según las últimas cifras, son más de 36 millones de vehículos los que circulan por las carreteras españolas de manera habitual. Y aunque algunos aprovechan los atascos para afeitarse o merendar, por lo general, y en la medida de lo posible, tratamos de evitar las vías que están más saturadas. Las mentes pensantes lo saben, y en estos últimos años varias compañías han prosperado mucho ofreciéndonos caminos alternativos. La competencia es atroz, porque el negocio es rentable. Pero no todas las propuestas resultan igual de válidas, igual de útiles, igual de sabias. Algo similar sucede en el ámbito espiritual. Nos interesa la fórmula más rápida, más eficiente, más segura, y a ser posible, la más barata para llegar a nuestro destino. Y son varias, ya no las vías, pero sí las religiones y los movimientos que han prosperado mucho ofreciéndonos caminos alternativos.

Vivimos en un momento de la historia en la que el llamado pluralismo religioso, al menos en occidente es visto como una virtud. Y del mismo modo que sucede con los mapas interactivos, la competencia es atroz, porque el negocio es rentable. Pero no todas las propuestas resultan igual de válidas, igual de útiles, igual de sabias… De hecho, si de lo que se trata es de llegar al Cielo, el Enviado del Cielo confirma que no existen rutas alternativas que garanticen nuestra presencia allí, solamente hay una. En una última instrucción a sus discípulos antes de ir a la cruz, Jesús no pudo ser más explícito cuando hablando de esta misma cuestión confirmó lo siguiente: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6).

La Biblia no deja espacio para otros mediadores, porque solamente hay un Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre (1 Timoteo 2:5). Y toda esperanza de alcanzar la presencia de Dios pasa necesariamente por Él y a través de Él. Dios no designó a la madre de Jesús, ni a los discípulos de Jesús–ni siquiera a Pedro­– para acercarnos a Él. No son nuestros esfuerzos. Ni nuestros méritos los que nos llevan a Él. No tiene que ver con hacer o con nacer en un determinado lugar. No hay otro nombre dado a los hombres en quién podamos ser salvos (Hechos 4:12). No nos servirá ningún otro, pero la buena noticia del Evangelio es que no necesitamos a otro. Solamente a Jesucristo, Su Hijo, Su único (Juan 3:16). ¿Estás siguiéndole a Él? ¿Estás caminando en pos de Él? Porque, quizás todos los caminos llevan a Roma, pero no a Dios, ni tampoco al Cielo.

Los amantes de la literatura suelen ser muy críticos cuando lo que en origen se trató de un libro termina por adaptarse al cine. Y te dirán que la película no recoge bien las intenciones del autor, que se han saltado esto, que se han dejado fuera aquello otro… Pero existen contadas excepciones. Una de esas está en la famosa saga de Las Crónicas de Narnia escrita por C.S. Lewis entre 1950 y 1956. Las películas no han tenido tanto éxito como los libros, pero en la primera de ellas (El león, la bruja y el armario), se incluye una imagen preciosa, la del gran León, el rey Aslan, devolviendo a la vida a todos aquellos seres que la malvada bruja había convertido en piedra. ¡Solamente con su soplido regresan a la vida! ¡Solamente con su aliento vuelven ellos mismos a respirar! Esto es lo que Jesucristo, y solamente Jesucristo, tiene la capacidad de hacer con todo aquel que en Él cree: dar vida a los que estábamos muertos en nuestros delitos y pecados; colocar un corazón de carne dónde había un corazón de piedra; trastocar y transformar una mente insensible a las realidades espirituales, al punto poder amar al Dios vivo y verdadero y esperar Su regreso desde el mismo Cielo (Efesios 2:1-10; Ezequiel 11:19-20; 1 Tesalonicenses 2:9-10). Y para ello, Jesús no simplemente nos sopló, sino que nos cubrió con su propia sangre. El Autor de la vida tuvo que cruzar el umbral de la muerte para darnos vida. Él tuvo que morir para que nosotros pudiéramos vivir. Eso fue lo que ocurrió: Cristo murió, pero dice la Escritura que resucitó al tercer día, y que un día volverá a por los Suyos (1 Corintios 15:20; 1 Tesalonicenses 4:16-17). Por eso estamos aquí… ¡Y por eso un día estaremos allí!

Conclusión:

La Biblia confirma que solamente en Él hay salvación. Ninguna otra llave abrirá las puertas del Cielo. Sigámosle a Él, porque Él es el camino. Fiémonos de Él, porque Él es la verdad. Esperemos en Él, porque Él es la vida. Acerquémonos a Él, porque nadie viene al Padre si no es por Él. No nos conformemos con menos, no persigamos premios peores, no nos entreguemos a realidades inferiores. Porque un día, si realmente le pertenecemos a Él, vendrá otra vez y nos tomará consigo; para que donde Él está, allí estemos también nosotros (Juan 14:3) ¿Crees esto?

“En Cristo, y en lo que Él ha hecho, mi alma se sostiene para el tiempo y la eternidad. Y si tu alma también se sostiene allí, será salva tan ciertamente como la mía lo será. Y si tú estás perdido confiando en Cristo, yo estaré perdido contigo e iré al infierno contigo. Debo hacerlo, porque no tengo nada más en lo que apoyarme salvo el hecho de que Jesucristo, el Hijo de Dios, vivió, murió, fue sepultado, resucitó, ascendió al cielo y aún vive e intercede por los pecadores a la diestra de Dios.”[1]

 

 

[1] Cita extraída de un sermón titulado «A Bold Challenge Justified» predicado por Charles Spurgeon el 1 de marzo de 1871 en el Metropolitan Tabernacle de Newington (Londres)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Heber Torres

Heber Torres

sirve como pastor de Redentor Madrid y es director del Certificado en Estudios Bíblicos del Seminario Berea (León, España). Está casado con Olga y juntos son padres de tres hijos: Alejandra, Lucía y Benjamín.

Dejar un comentario